El accidente de Three Mile Island fue el primero en golpear mundialmente la conciencia ecologista. Fue tan grande el impacto social generado que los EE.UU. no han construido ni una central nuclear desde 1979, y entre tanto han apostado principalmente por el gas natural. Sin embargo, siguen siendo uno de los mayores productores: el 30% de la energía de origen nuclear generada en el mundo es estadounidense.
Doce días antes del accidente, el 16 de marzo de 1979, casualmente, se acababa de estrenar una película en las salas de EE.UU.: El síndrome de China, en la que se narran fallos y encubrimientos en una central nuclear. La película, como en tantos otros casos, está destinada a loar la actitud de un anónimo american hero, en este caso un ingeniero de control de la central, que hace frente al lobby nuclear poniendo en juego su vida para salvar a los americanos de una posible catástrofe atómica. El título alude a la posibilidad de que, en caso de meltdown, el combustible nuclear fusionado -convertido en una bola de calor radiactiva incontrolada- se filtraría a través del suelo, hasta llegar al lado opuesto del planeta. Y aunque China no esté en las antípodas de California, el nombre y la película cuajaron en la cultura popular.
La razón de este éxito es evidente: la película mostró que lo que parecía imposible podría suceder. Que muy improbable no significaba imposible. Y, desgraciadamente, los hechos confirmaron un par de semanas después lo que la película sugirió.
El reactor número dos de la Three Mile Island (TMI-2), de potencia instalada 900 MW y tipo PWR, llevaba 90 días funcionando cuando se produjo el accidente, el 28 de marzo de 1979. Todo comenzó con el fallo de las bombas principales de alimentación de agua del sistema de enfriamiento secundario. Esto modificó instantáneamente las condiciones termodinámicas en el generador de vapor, disminuyendo su capacidad de enfriamiento del circuito primario. Por ello, la presión en el circuito primario aumentó inmediatamente, por lo que, al tercer segundo, la válvula de seguridad del reactor se abrió automáticamente, y el reactor y la turbina se apagaron. A esto le siguieron varios fallos de válvulas, aparentes incoherencias de los detectores y errores humanos. De hecho, este accidente ha sido objeto de interés para los estudiosos del factor humano como ejemplo de cómo grupos de gente reaccionan y toman decisiones bajo tensión. Afortunadamente, los sistemas de refrigeración funcionaron bien.
Años de estudio probaron que el 45 % del núcleo se fundió, y que el 20 % se derritió al fondo de la cuba. A pesar de todo, la cuba no fue agujereada, y la parte fundida quedó dentro; del mismo modo, a pesar de las deformaciones importantes y fusiones parciales, el reactor aguantó bien, y el vertido de productos radioactivos al medio ambiente fue parcialmente débil (aún así, es difícil encontrar cifras fiables para cuantificarlo).
La planta fue sometida a un largo proceso de descontaminación que comenzó en agosto de 1979 y no terminó oficialmente hasta diciembre de 1993, con un coste total de cerca de 975 millones de dólares. Entre 1985 y 1990 se eliminaron del sitio casi 100 toneladas de combustible radiactivo. Sin embargo, sigue requiriendo mantenimiento y gestión ininterrumpidos. A día de hoy, la central está a la espera de una decisión, que podría eventualmente ser un desmantelamiento completo.
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